RESTAURANTE Laranjal
Aquí se cuentan historias de este lugar, del Algarve y de la Ría, a la que, por motivos obvios, los antiguos llamaron formosa (hermosa). Aquí, el chef Marco Alban hizo del plato una hoja de papel, de la cocina y de los artefactos lápiz y bolígrafo, y, de los ingredientes, tinteros de todos los colores. Y escribió historias, que describen el aliño de esta tierra salada, la brisa que viajó y nos alcanza, el color de las naranjas, el baile de los pulpos, la paciencia de las ostras al sol en un banco de arena entre ríos de mar. Y de las gentes de aquí, con las manos mojadas por las redes, de pieles quemadas en una cosecha de lo que ofrece la tierra. Y vino Miguel Mota, leyó historias y compuso la música para acompañarlas, con notas de tierra, de frutos maduros o secos, de humo.
Más calientes o más frescos. Lea estas historias, y llévelas con usted, en la MEMORIA.
[cerrado temporalmente para la cena]
EL EDIFICIO
Entrar en el espacio del restaurante Laranjal es un viaje por las tradiciones de Algarve y, al mismo tiempo, por todos nuestros sentidos. Para llegar hasta aquí, hay que atravesar el camino del naranjal, que le da su nombre. En ese recorrido, sentimos la cálida brisa y el aroma que emana de los árboles. Esta es la introducción para empezar a dejarse llevar.
Después de pasar por las arcadas, entramos al restaurante. Un edificio con un techo alto, imponente. Un piso de baldosas cuya temperatura contrasta con la del sur. Paredes blancas que son sinónimo de Algarve, tan parecidas a las que se encuentran también en el Mediterráneo y el norte de África. Lámparas tejidas con mimbre entrelazado y enormes ánforas que nos recuerdan que estamos en un territorio que es la frontera entre el mar y la tierra.
En una de las paredes hay una estantería llena de artesanía local, con trabajos de cerámica o mimbre. Cestas llenas de naranjas, limones y otras frutas de temporada. Macetas con hierbas aromáticas que crecen en todo el terreno que ocupa Vila Monte.
En el exterior, hay una terraza con vistas de la costa de Algarve, donde podemos sentarnos y sentir la dulzura de una época que se ha perdido en su propio tiempo.